miércoles, 12 de mayo de 2021

Autobiografía de un misionero

 

 José Humberto Correa Ramón

A pedido de  Mariela Michelin de González,

que se congrega en  La Espada,

 Montevideo.

 

                                  Agosto, 2020

 

     Me llamo José Humberto Correa Ramón, nací en Lascano, departamento de Rocha, el 7 de Diciembre de 1930.

     Mis padres eran católicos Romanos, pero ignorantes de la Palabra de Dios, la Biblia.  Tuvieron tres hijos (dos mujeres y yo el menor).

     Mi niñez y adolescencia fueron muy duros, pues mis padres no conocían al Señor Jesús como su Salvador, y el pecado y la pobreza hicieron mucho estrago en mi hogar, pues éramos mal alimentados, padeciendo frío en los crudos inviernos y sin remedios prácticamente, que fueran adecuados para alguna enfermedad, pero Dios de alguna manera suplía lo necesario, a pesar que vivíamos en una casa nada cómoda ni saludable, especialmente durante los inviernos.  Era una maravilla que no nos enfermamos de algo más grave, pero Dios nos ayudaba según su sabiduría y amor hacia nosotros a pesar de que no le conocíamos;  a pesar de que éramos creyentes pero no sabíamos lo que Dios quería de nosotros, al ser ignorantes de su Palabra, la Biblia. 

 

     Llegaron los años cuando entré en la escuela primaria y a medida que iba creciendo el mal que está en todos nosotros iba también en aumento, siendo mi conducta nada buena, en el hogar, el barrio y la escuela.  Algunos llaman a todo eso “travesura de niños”, pero Dios le llama pecado ó maldad, lo que es realmente (Salmo 51:5).

 

     En un hogar nada fácil y con una conducta nada agradable, mi vida de niño y adolescente iba desarrollándose de una forma muy difícil, como la de millones de niños en el día de hoy en todo el mundo.  Mi padre esclavo del alcohol y el tabaco, mi madre a veces llorando porque no tenía suficiente alimento para darnos en los crudos inviernos, me afectaba en gran manera.  No recuerdo si yo también lloraba con mamá (escribo esto ahora llorando) ¡pobre mamá!;  mi padre también a veces lloraba, ¡pobre papá!.

 

 

Pero Dios estaba mirando toda nuestra miseria y envió un misionero desde Nueva Zelandia, un matrimonio, don Guillermo y doña Mirta.  para predicarnos el verdadero Evangelio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (cuando yo tenía 11 ó 12 años),basado en la Biblia, la Palabra de Dios.

     En ese tiempo, alguien le regaló una Biblia a papá que era un buen lector, la primera bendición de Dios en mi triste hogar.  Mi padre estaba leyendo afuera en el patio cuando llegó don Guillermo y le dijo:  “- Usted está leyendo el mejor libro que hay en el mundo-” y así comenzó una conversación y una invitación para asistir a la Escuelita Dominical.

       Don Guillermo repartía de casa en casa folletos ó tratados con el mensaje claro del Evangelio resaltando lo que Cristo hizo por nosotros para salvarnos de la condenación del Infierno, y llevarnos a la Gloria al final de nuestra vida aquí en la Tierra. 

     Fuimos a la Escuelita, y el primer “corito” que cantamos fue, si mal no recuerdo:

Hay perdón por la sangre de Jesús

Hay perdón por su muerte en la cruz,

Proclamad que hay perdón para todos hay perdón,

Los que acuden al Señor Jesús.

                                                                             

     Esto hace como 78 años y aún lo cantamos con entusiasmo en las reuniones, ¡es un “corito” inmortal!

     Así en medio de la miseria del hogar, comenzó algo alegre de bendición, con la llegada de la Biblia y de don Guillermo a nuestro hogar.

 

     Algo que recuerdo y no lo puedo ni quiero olvidar es que estando yo enfermo, fue don Guillermo a visitarme, (nadie se interesaba por mí, “un gurisito” sin importancia), se sentó al lado de mi cama y luego de hablar la palabra del Evangelio, me regaló unas pastillas para fortalecerme físicamente, yo era muy delgadito, y me hicieron mucho bien. 

 

 

Don Guillermo no predicaba solamente el amor de Dios, sino que lo practicaba haciendo el bien al necesitado.  Fue una gran lección para mí.  Era un verdadero misionero cristiano.

     ¿Qué es un misionero? Es un creyente que predica ó anuncia a Cristo, a los pecadores que no le conocen.  Misionero quiere decir que tiene una misión que cumplir y es la de hacer conocer a Cristo a la gente que no le conoce;  realmente cada creyente debería ser misionero en este sentido;  pero algunos son de tiempo completo, como yo, que dejamos el trabajo común, secular, para dedicarnos totalmente, todo el tiempo, al trabajo de evangelizar a la gente como eran los apóstoles de Cristo;  otros lo hacen con un tiempo parcial durante las horas fuera de su trabajo común.  Algunos trabajan en su país, como yo, otros van a otros países como Donald Barris y don Guillermo Goodson, que eran de Nueva Zelandia y vinieron al Uruguay a evangelizar. 

     En cuanto a mi salvación, el texto clave que usó el Señor para mi bien espiritual y sacarme de toda duda, fue Juan 3:36 que lo aprendí en la Escuelita Dominical, …el que cree en el Hijo (de Dios), tiene vida eterna…”.  Yo estaba acostado pero no podía dormir a causa de las dudas respecto a mi salvación;  entonces vino a mi mente y memoria este precioso texto y yo dije:  “…pero yo creo en el Hijo (de Dios)…entonces yo tengo la vida eterna…”, y en ese momento sentí una gran alegría y paz, y me pareció como si una luz iluminara el mal iluminado dormitorio y luego pude dormir en paz;  al día siguiente cuando me levanté todo parecía tan agradable y tenía tanto gozo, pero esa sensación finalizó, pero la seguridad de la salvación quedó en mi espíritu.    Yo acepté lo que la Palabra de Dios decía y eso me trajo la seguridad de la salvación.  Me basé para mi salvación, no en mis “buenas obras”, ritos ó ceremonias religiosas, sino en Cristo y Su obra a mi favor en el Calvario (muerte, sepultura, resurrección), y desde entonces mi conducta comenzó a cambiar para  bien, abandonando lo que no era de acuerdo a la voluntad de Dios, para lo cual El mismo me dio el poder para cambiar, no mi propia fuerza sino la del Señor Jesús.


Por supuesto que el cambio no vino de golpe, sino que cometí muchos errores y pecados, pero Dios me ayudó a cambiar poco a poco.  ¡Cuán malos somos! (Romanos 7:15-25).  Realmente no hay ningún creyente impecable, todos de alguna manera u otra pecamos (Eclesiastés 7:20).

     Pero Dios nos ama mucho y nos ayuda a cambiar, si nos humillamos ante El, y reconocemos que hemos pecado y si le confesamos sinceramente (Prov. 28:13). 

     Fui bautizado en el Río Cebollatí a fines de 1944, después de mi conversión.  El cambio en mi conducta se notó primeramente en la Escuela Pública, aunque no fue como debería ser, contra mí lo digo y me humillo, pero el Señor me ayudaba a cambiar y a no seguir por el mal camino.

     En 1949 nos trasladamos a Montevideo y yo pensaba seguir estudiando, pero el Señor tenía otro plan para mi vida, así que busqué un trabajo y por algún tiempo trabajé en una oficina de un Contador Público, hasta que sentí que el Señor tenía otro trabajo para mí, ó sea el de misionero de tiempo completo, para lo cual debía dejar el trabajo en la oficina.

     En ese tiempo vino un misionero de Nueva Zelanda a quien se le encargó un coche bíblico (casa rodante) donado por los hermanos de Nueva Zelanda y los dos sentimos que deberíamos ir a Tacuarembó a abrir una obra para el Señor.

     En Octubre de 1957 fui encomendado por la Iglesia donde me congregaba en la ciudad vieja de Montevideo (a principio de mes), y al fin de mes fuimos a Tacuarembó, sin conocer a nadie y acampamos en la “Laguna de las Lavanderas”, junto al Barrio López donde comenzamos a visitar de casa en casa.  Así hicimos los primeros contactos, el primero fue con la familia Pérez Carneiro, cuyo esposo y padre era hijo de un creyente (don Fortunato), que trabajaba en Progreso (departamento de Canelones), pero que también se reunía en el Carmen (departamento de Durazno).

4

    

 

      Pasamos tiempos difíciles al tener que vivir en una casa rodante sin las comodidades de una casa común, pero el Señor nos ayudó.  Era difícil adaptarse al cambio de vida, al cual no estaba acostumbrado.  El calor era muy intenso, adelgazamos mucho.  ¡Cuánto sufrió Donald Barris!  Pero si no fuera por él no habríamos  abierto Obra en Tacuarembó, por supuesto bajo la dirección del Señor.

 

 

 

 

Comenzamos con una Escuelita en el parque, y a veces teníamos un número elevado de niñas y niños.  Ello nos causaba mucha alegría.

 


     En Montevideo, en la Iglesia donde yo me congregaba había un anciano, don Tomás Ward a quien yo admiraba por su piedad y sabiduría en las cosas del Señor, ya muy anciano y en cama, lo visitaba;  y un día me pidió que le ayudara a cortar una frazada de su cama por la mitad y llevarla a doña Juana, que tal vez estaba pasando frío en aquel crudo invierno. 

5

 

¡Qué ejemplo de amor al prójimo!  Es que vivía muy cerca del Señor.  Otra creyente admirable por su amor hacia los necesitados era doña Rut de Conaty (que después fue mi suegra), quien siempre estaba solícita por el bienestar de los pobres y necesitados;  verdadero ejemplo de amor al prójimo, y sus hijas siguieron el ejemplo de ella.

     En 1967, visitamos Paysandú, don Víctor Boyd y yo, al año siguiente comenzamos a abrir una obra para el Señor, en este caso con Florence, mi esposa.

 

 


 

El 22 de Diciembre de 1959, contraje enlace con ella (Florence Conaty), quien también salió como sierva del Señor de tiempo completo.  Fue encomendada como misionera por la Iglesia donde yo me congregaba;  ella trabajaba enseñando Inglés en Colegios y también dictando clases de forma particular, pero dejó ese buen trabajo para dedicarse a la Obra Misionera con todos los inconvenientes que ello incluía, pero por amor al Señor y a las almas.  No era una tarea fácil, pero sí, agradable al Señor.  Él va a recompensar a todos los que se sacrificaron por amor a Su Nombre y a las almas (Hebreos 6:10).

     Tanto en Tacuarembó como en Paysandú, tuvimos alegrías (en la conversión de almas), como tristezas y sufrimientos, como enfermedades, escasez de alimentos, muerte de creyentes, tremendos fríos y calores, terribles tormentas.  A veces nos topábamos con gente muy mala y peligrosa;  pero en otras gente muy amable que nos recibían en sus casas;  hubo un tiempo peligroso cuando la guerrilla tupamara estaba muy activa,                  

 

pero el Señor nos guardó y siempre nos protegió.  Pero nuestro trabajo no se reducía solamente a Tacuarembó y Paysandú (donde se fundaron dos Iglesias), sino que también visitábamos otros lugares del país sembrando la Palabra y ayudando a los creyentes en diversas iglesias del interior especialmente.

     A fines de la década de los 80 nos radicamos en Tacuarembó, habiendo adquirido una chacrita donde edificamos la casa en la cual vivo hasta el día de hoy (Julio 2020);  pero antes que eso ya habíamos edificado dos salones uno en Tacuarembó y otro en Paysandú.

     Nuestro trabajo ha sido entre niños, adolescentes, jóvenes, maduros y ancianos, para llevarlos a Cristo y sacarlos de la miseria espiritual en que se encuentran.  Pero un misionero no es solamente uno que predica ó enseña la Palabra y reparte folletos sino que también atendemos a las necesidades de los pobres en la medida que está a nuestro alcance, con alimentos, ropa, remedios, etc.  Los misioneros vivimos de las ofrendas voluntarias de los creyentes (Lucas 8:1-3).  No somos empleados de ninguna iglesia, pero sustentados por el Señor de la mies (Mateo 9:37-38).  La mies consiste en “cosechar” almas para Cristo.  A veces abundancia, en otras ocasiones escasez (Filipenses 4:12).  A veces en peligros mortales (casi accidentes carreteros), pero en algunos lugares los misioneros han sido asesinados (Pablo, 2ª. Timoteo 4:4-8).  La obra del Señor tiene sus alegrías y tristezas, éxitos y fracasos (algunos vuelven atrás), aciertos y errores (cometidos muchas veces por nosotros mismos, al tomar decisiones apuradas y sin consultar debidamente al Señor), pero el resultado final glorioso será del Señor quien estará satisfecho como resultado de su duro trabajo para salvar y perfeccionar a los creyentes (el más imperfecto creyente aquí en la Tierra, será completamente perfecto cuando esté en el Cielo, Filipenses 1:6;   Isaías 53:11).  Esto nos anima mucho en esta difícil labor.

Actualmente seguimos trabajando para Ël, a pesar del Covid 19.  Una publicación en el diario local El Avisador, mensualmente, llega a cientos     de hogares.  Gracias a Dios por lo que otros hermanos hacen en todo el 

 

mundo;  por radio, TV, internet, etc. (1ª Corintios  15:58).

     Bueno, estoy en plena vejez (2020), pero el Señor ha sido muy bondadoso conmigo y Su fidelidad  es maravillosa.  Me ha sostenido hasta el presente, y hace 11 años que enviudé.  Mi salud es “razonablemente buena”, aunque sufro de hipertensión, pero trato de cuidarme en lo que es posible;  aunque vivo solo, los hermanos me ayudan bien, y en el patio de la casa vive un matrimonio creyente con un precioso “nieto”, muy “ardillita”, llamado Ian.  Tengo una buena “compañía” de gatos que diga lo que se diga son buena compañía a quienes hay que atender y uno siente como si fuera “alguien”…jajaja…  En algunos lugares las mascotas acompañan a los ancianos que se sienten felices con tales “compañías”. 

     Bueno, amados del Padre y del Señor, habría mucho más que escribir, pero creo que con esto es suficiente, dado que mi energía mental no es la misma que 10 ó 15 años atrás.  Muchísimas gracias por sus oraciones a mi favor, pues mucho lo necesito, dado que 90 (si llego), no es 75!!  Y por las ofrendas para solventar los gastos de la Obra.  Habrá un gran galardón en el Tribunal de Cristo (2ª. Corintios 5:10).  La venida del Señor tal vez muy cerca me alienta mucho, y tengo aquí una oración escrita:

Señor, envejezco, concédeme esperar,

no la muerte para ser librado de mis problemas,

sino tu pronto retorno para estar contigo por la eternidad.

Amén

 

     Donde dice “envejezco”, se puede poner la palabra ó expresión “estoy sufriendo”, que sirve para cualquier época de la vida.

Que el Señor les bendiga ricamente,           

 Sinceramente en Cristo,

 

                                             J. Humberto Correa


 

Los obreros juntos en   

Barrio López  -  1962


 Donald y Humberto

 

 


Laguna de las Lavanderas                                                                                                                           

Anécdotas de la obra

 

          En Tacuarembó:

         El niño descalzo

     Una helada mañana iba  yo en bicicleta, cuando veo un niño descalzo en la calle…, en seguida me acordé  cuando yo era niño (en Lascano), y en invierno  frío, también a veces andaba descalzo lo que me producía un terrible dolor en los pies. Iba a seguir mi camino, pero una voz como que me decía “¿te acuerdas?¡ cuánto sufriste! Ahora piensa en ese niño lo que estará sufriendo…"

     Y los hermanos de Montevideo nos daban ropa y calzado usado para repartir entre los pobres. Me acordé que había unas botitas de goma que podrían servirle al niño y lo invite a ir al salón conmigo, donde vivíamos, y allí  se probó las botitas que le vinieron muy bien ¡eran para él!  Cuando sufrimos podemos ayudar a los que sufren o han sufrido experiencias especiales o similares ¿verdad? (2 Cor.1:3-4).

     A veces estábamos muy escasos de alimentos, y en una de esas ocasiones, llega doña Liberata para brindarnos de su quintita y gallinero unos alimentos que nos vinieron, pero muy bien.  El Señor dijo: “no te dejaré ni te desampararé” (Heb.13:5).

     Una noche terrible que era para “morirse de frío”, nos sucedió en el pueblito de Curtina, cuando el coche bíblico sufrió un desperfecto y tuvimos que quedarnos al aire libre una noche, a la intemperie cuando el frio era muy intenso, aun dentro del coche bíblico;  mi compañero de trabajo Donald Barris, que había trabajado en Nueva Zelanda como misionero, me dijo que nunca había tenido allá un frio tan agudo como esa noche (Nueva Zelanda es un país donde en algunas regiones nieva).                                                                                                             1

 

Gracias a Dios la noche siguiente pernoctamos en el Carmen en una pieza mucho más abrigada que nuestra casa rodante. No teníamos termómetro en el coche pero andaría la temperatura muy cerca del 0º. (2Cor.11:27 en frio).

     ¡Cómo le doy gracias a Dios por la cama calentita cuando me acuesto con suficientes cobijas o frazadas, en el crudo invierno! El Señor Jesús también paso mucho frio (Hebreos 4:15).

          En Paysandú:

     Era el tiempo de la guerrilla tupamara, y estábamos Florence y yo en un parque oscuro, cuando a media noche nos abren la puerta del coche bíblico, (me olvide de pasarle el pasador a la puerta ¡que descuido!), y eran soldados del ejército en recorrida por la ciudad. ¡Qué susto!  Nos pidieron documentos, pero después dijeron, “bueno, no es necesario, sigan durmiendo”… ¿sigan durmiendo, con el tremendo susto?, no somos de sangre fría…, pero no paso más  nada que un gran susto…

     Algo similar cuando yendo hacia Paysandú después de Trinidad, y arrojando folletos, un jeep del ejército con varios soldados nos detuvieron y nos llevaron “presos” al Cuartel y nos preguntaron si teníamos permiso para hacer la propaganda que estábamos realizando, y yo les dije que hacía muchos años que hacía ese trabajo, revisaron el coche por si tuviéramos literatura subersiva de la guerrilla, y al no encontrar nada, nos soltaron y les dejamos literatura cristiana, ¿se habrá salvado alguno? 1Cor.15:58

     Estando muy enfermo en el coche bíblico, solo, pues Florence había ido a Montevideo, una tremenda fiebre me molestó toda la noche con terreibles pesadillas y gran malestar, pero me ayudó un joven del barrio que venía a la Escuelita Dominical, llamado Pochín, usado por Dios para mi bien.  ¡Qué experiencia desagradable!  Me llevó un tiempo la recuperación, tal vez fue una infección en la garganta al respirar el polvo de las carreterasque en aquel tiempo, algunas, no estaban bituminizadas... “estuve enfermo y me visitasteis…” (Mateo 25:36)

 

 

La primera casa que visitamos en Paysandú nos rechazó lisa y llanamente, ello nos desilusionó mucho, pero después nos alegró mucho que en otra casa del barrio donde habíamos comenzado a trabajar (la playa junto al río Uruguay), nos recibió muy bien, y eso nos alentó mucho.  En la casa de doña Felicia que hasta nos daba alimentos  al enterarse de nuestra escasez en el trabajo que estábamos haciendo para el Señor, después se convirtió y fue añadida a nuestra congregación den Paysandú.  Hace poco hablé con a hija telefónicamente, quien quedó muy contenta con la llamada.  No debemos desanimarnos cuando alguien nos rechaza un folleto, una conversación, etc. ( 2Tes. 3:13)

     Un día doña Felicia me dijo que a media cuadra de su casa estaba muriéndose una mujer ramera (de muy mala conducta, inmoral), y me preguntó si yo iría a visitarla para predicarle el Evangelio, y le dije que sí, siempre y cuando ella me acompañara, pues no quería ir solo a una casa de mala fama;  en esos días Florence estaba en Montevideo.  Así que,  fuimos, le prediqué a Cristo muerto, sepultado y resucitado para salvarnos a los creyentes en El, y sus últimas palabras fueron “sí, El (Cristo) vive…”  Cuando volví a Paysandú después de un tiempo, le pregunté a doña Felicia por la mujer, quien ya había muerto.  Yo espero encontrarla en el Cielo. (Mateo 21:31-32)

     ¡Qué bueno fue dar con los Machado, los Piteta, los Taglianes, etc,etc,  Los fuimos ganando para Cristo.  ¡Cuántos están ya en la gloria!  Por la gracia inmerecida de Dios para el pecador arrepentido y que creen en Cristo (Efesios 2:8-9).  Doña Raymunda nos rechazó la primera vez que fuimos a su casa, pero en la segunda visita nos recibió llorando por los grandes problemas que experimentaba, y desde entonces se convirtió, fue bautizada y una fiel creyente hasta el final de su vida.  Algo similar sucedió en Tacuarembó cuando por primera vez visitamos el cementerio repartiendo folletos en el día de los difuntos cuando una señorita lo rompió… y después se convirtió y fue congregada… no desmayar por las contradicciones (Hechos cap.9).      

 

 

En Rocha, una hermana humilde, lavandera, pero de un carácter especial, siempre contenta y agradecida al Señor por la manera que la sostenía en medio de la carestía de la cual nunca se quejaba, nos daba una ofrenda, fruto de su humilde trabajo de lavandera que no sería una gran suma de dinero, pero que para nosotros era de un valor “incalculable”.  Donald Barris escribió a Inglaterra sobre el testimonio de esta hermana “pobre” (pero rica en fé), y con el tiempo le mandaron una ofrenda desde allá, pero como ya había ido al Cielo con Cristo, dijeron que se repartiera entre misioneros, así que se cumple Hebreos 11:4:  “…y muerto (Abel) su ofrenda, su fé, aún habla por ella…”  Qué ejemplo notable, me hace recordar la ofrenda de la viuda, Lucas 21:1-4.

     En Tacuarembó.

     Cierto día fui a visitar a una anciana muy enferma en una casa muy precaria y miserable.  Allí estaba ella acostada con fuertes dolores, le prediqué y le pregunté si necesitaba algo, me dijo que le faltaba el remedio para calmarle los dolores.  Me dio la receta y fui corriendo a la farmacia y le conseguí antes que esta se cerrara;  me ayudaba el texto que dice:  “bienaventurado el que piensa en el pobre, en el día malo le librará Jehová” Salmo 41:1.  Así como llegué a su casa tomó una pastilla enseguida y me dijo:  “cuando cobre la pensión le voy a dar el dinero”.  Yo le dije  “de ninguna manera, eso se lo manda el Señor Jesús”.  Ella falleció un tiempo después,  deseo que esté en el Cielo con Cristo, si le recibió como su Señor y Salvador antes de morir.

      Amén